Jactándose de su decisión, exclamó -Qué ni se le ocurra siquiera saludarme. Y frunciendo el ceño, vivió meses, años, sintiéndose a salvo bajo el techo de su exclamación.
Años después, habiéndolo esquivado lo suficiente, teniendo erigida su vida sobre las bases de la negación, Él volvió. Y ella escudriñó -Mhm, volviste. Qué pasa? Así fue como tuvo que aceptar mínimamente las respuestas. Él se excusó diciendo -Nada, te extrañaba. Y así de simple la respuesta, proporcionalmente inverso de complicado lo que a ella le producía.
Un silencio prolongado, se prolongó un tiempo prudente; después uno imprudente, otro algo ilógico y luego uno irracional. Finalmente y rompiendo el silencio ella inquirió -Qué? Qué estabas extrañando? Él, que estaba cansado de estar sentado en la misma banqueta en la que todo este tiempo había estado esperando; algo aburrido, algo desorientado ya, repitió -Nada, TE extrañaba. Ella río, una breve pero intensa carcajada brotó de sus labios arrugados por el dolor y tras eso volvió a fruncir el ceño. Concluyendo, sentenció -No me alcanza.
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