[todo lo que tengo se lo he pedido prestado a mi imaginación]


25 octubre 2015

Voy caminando por un pasillo lleno de puertas cerradas. Las puertas no son todas iguales. Las hay prolijas, rotas, rojas, negras, blindadas, de madera, de metal, transparentes, abandonadas... 
Llevo meses, años, caminando por este corredor quién sabe hacia dónde. Por momentos sospecho que pueda ser circular, otras veces creo que es sólo un sueño.
Por debajo de una de las puertas, una puerta pintarrajeada y llena de grafitis inconclusos, que tiene stickers a medio arrancar y algunos golpes, se filtra humo. Sale olor a quemado. Algo ahí adentro está ardiendo pero el aroma es tentador, la madera que se quema parece ser buena.
Me freno atraída por ese humo denso y levemente tóxico y llevo la mano al picaporte. Quema y retiro la mano violentamente. Me sorprende conservar algún tipo de sensibilidad frente al dolor. Insisto pero vuelvo a quemarme y veo cómo se forman ampollas sobre las yemas de mis dedos y la palma de mi mano. Doy dos pasos hacia atrás, tomo impulso y pego una patada directo al centro de la puerta. Ofrece resistencia pero se destraba la cerradura. El incendio es infernal. Las llamas tocan el techo y, exceptuando éstas, todo es negrura y oscuridad.
Yo me desnudo por completo y me suelto el pelo parada aún en el pasillo, sonrío y me decido a entrar.

20 octubre 2015

fijate bien
y con la yema de tu dedo índice
apenas rozándome la piel
ahí
una, dos, tres mil
mis cicatrices...


tengo

miedo
de
la
ye
ma
de 
tu
de
d
o

y pensar en tu mano acercando el dedo acercándose a mi piel

me duele
me hace doler las cicatrices
fijate bien

y entrecerrando las pestañas
apenas comenzando a soñarme
ahí

uno y dos y mil
mis miedos


y tengo miedo de acercame
nomás
al pensamiento

pensar en tu mano acercándose
y la yema
de tu dedo
rozando cicatrices...


pero se acerca
tu mano
y a mi piel se le acerca
la yema
de tu dedo
y casi soñándote veo
tu cicatriz

10 octubre 2015

Jorge y Dorita

Se mueren con 4 meses de diferencia porque después de 70 años juntos uno sin el otro ya no sabe ser, y nosotros nos repartimos las cosas. Cada uno se queda con el recuerdo que se quiera quedar.
Entonces me llegan adentro de una caja los frascos de acrílico con tapa naranja; unos que yo misma hace unos días pedí permiso para quedarme. Los frascos donde ellos guardaban la yerba, el azúcar, las express y el nesquick.
De los miles de recuerdos que hay para elegir -vacaciones donde siempre alguno se volvía a Buenos Aires después de pelear y ser echado, ausencias, la rudeza o la distancia, escalopes con puré sentados abajo de los pinos, las pistas de scalextric de la juguetería de la calle Segurola, aceite johnson para broncearse mejor, pulseras haciendo ruido mientras la abuela nos peina con cuidado sin tironear los nudos de arena y sol, el garage con olor a aceite volcado sobre el piso de cemento, el abuelo roncando adentro de la carpa, el cuento de Juancito, ellos besándose cada vez que pueden, piñas contra las puertas en año nuevo, muchas fotos arriba de la cómoda a los pies de la cama grande, los helados en Leblón, el pino frente a la casa de la 305 lleno de luces, la biblioteca, el altillo, los eucaliptos de plaza Devoto, bombones, ir en el baúl a almorzar a la Jirafa, viajar en avión, rechazar las llamadas, atender los reproches, escucharlos enojados, escucharlos olvidarse del enojo, entenderlos un poco, no entenderlos nada, sentirlos extraños, saberme parte suya, no saber más nada... Yo elijo los frascos de tapa naranja.
Uno llega con yerba y podría apostar que el abuelo no tomó ni un mate más sin la abuela, del 4 junio hasta hoy, porque desde los 14 años él se levantaba un rato antes para hacerle el desayuno y juntos tomarlo en la cama.
Y adentro de los frascos que vienen vacíos guardo eso que yo sé que quiero guardar para encontrármelos de vez en cuando con el mate, cuando escuche un tango, cuando me hagan ruido las pulseras, cuando sea que vuelva a ver el mar...