[todo lo que tengo se lo he pedido prestado a mi imaginación]


12 marzo 2009

cuidados intensivos

Él pedía la eutanasia. La inyección de fenobarbital.
Lo pedía con los ojos, con las manos, con una letra babosa y arrastrada. También lo pedía con los intestinos, a través de unos olores y texturas muy desagradables. Quizás lo pedía con su sexo, en medio de erecciones involuntarias y semen de espermatozoides atrofiados.
Hacía huelgas, para demostrar que estaba convencido de lo que pedía, tenía convulsiones, hacía paros respiratorios, tenía aislados accidentes cerebrales y perdía los signos vitales de a ratos.
Los médicos estaban siempre dispuestos a reanimarlo, a devolverlo a su miserable condición de cacho de carne con pulso. Por otro lado, no se negaban a firmar su deceso si éste fuere natural, pero no accedían de ninguna manera a su petición muda pero explícita de suicidio asistido.
En cambio, había alguien que acompañaba su proceso desgastante de sufrimiento y humillación, de degradación del ser. Ella le ponía la chata, le lavaba la cola, le secaba la baba. Ella era quién le daba la gelatina, le cortaba las uñas, le colocaba la vía. Ella sabía que lo que él pedía estaba anidado en el dolor de quién a pesar de todo, aún tenía conciencia de sus imposibilidades.
En medio de su comprensión, y todo su análisis, ella le daba un puré de algo, que él tragaba con muchísima dificultad. Y los pensamientos empezaron a generar un ruido en su cabeza. Un ruido asqueroso, que primero fue una bola de sonidos para de a poco ir cobrando forma de tos. Una tos profunda, de baba y puré atragantados, y pulmones llenos de papa y también baba. Y esa tos tenía los ojos rojos y llorosos, y puré saliéndole por la nariz. Esa tos exigía misericordia y resignación. Y ella escuchaba el sonido ronco de la tos profunda que le indicaba paciencia, que ya todo terminaba.
Entonces ella apagó la alarma que llamaba al médico de guardia y apretó los dientes. Y le dio fuerte la mano, a ese cacho de carne que tosía y vomitaba puré. Y él soñaba con la inyección, mientras pedacitos de papa le tapaban las vías respiratorias, para darle un último paro.

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