[todo lo que tengo se lo he pedido prestado a mi imaginación]


21 marzo 2009

Insomnio de una madrugada de Otoño...

Lo esperaba sentado en el umbral de mi casa. Hacía más, menos, tres semanas que estaba ahí sentado. El aire había ido enfriándose, humidificándose... las hojas estaban poniéndose amarillas.
La naturaleza amenazaba con desnudarse y yo con volverme loco. Era la época del año en la que el dolor se hacía carne. Era el momento indicado para ahogarse en un buen vaso de licor, con un cigarrillo apagándose entre los dedos, los pelos revueltos por el viento y las lágrimas heladas, tal como estalactitas. Nunca pasaba que en primavera quisiera cortarme las venas, ni dispararme en la sien. Nunca ocurría que en verano quisiera morir ahogado bajo las frazadas. Es ahora, que llegó el Otoño, que querría vagar por las calles hasta desembocar en el puerto, desvestirme y naufragar en un río putrefacto de una ciudad atrofiada, hecha luces para encandilar al dolor.

1 comentario:

Adriana Fernandez dijo...

Puntos de vista... Los árboles ponen amarillas sus hojas porque es condición para verse bien verdes y esplendorosos la próxima primavera... Puntos de vista... Qué lindo que es leer tus puntos de vista! Ella.