[todo lo que tengo se lo he pedido prestado a mi imaginación]


25 julio 2009

A fuerza de partir voy a saber lo que es volver...

Yo que viví sobreviviendo 
Que con morir soñé antaño 
y de tanto soñarlo
lo intenté en un baño.
Yo que viví muy encerrada 
a mi que hasta me ataron 
así atada aprendí a volar
y hasta volé, me contaron.
Yo que no quería nada 
de todo quererlo tanto
que no sabía cómo quererlo
y el amor era el espanto.
 . 
Yo sé lo que es sangrar 
yo sé lo que es renacer 
aprendí lo que es crecer 
a fuerza de caminar.

18 julio 2009

sublliminal

Vos pensarás que a mi me gusta el dolor, no? Que me enamoré del padecimiento... que soy adicta a sufrir, a rebajarme, a perdonar para seguir siendo castigada.
Podrás erróneamente deducir que meto los dedos en el enchufe para sentir la descarga, toco la plancha para sentirme viva con su calor y aún habiéndome quemado con leche me compro la vaca.
Quizás creas que me gusta llorar, angustiarme, hundirme en la miseria del dolor.
No estás leyendo entre líneas. Será hora de decirte claramente que amarte tiene muchos efectos adversos pero ha sido siempre el objetivo.

10 julio 2009

Todo o Nada

Toco lo invisible, me acerco y al mirarte te acaricio. Y cuando sonrío, de entre mis labios el aliento fresco que se escapa al hablar y mover la lengua, te invito a un paseo mental entre recuerdos de besos y tardes sobre pasto y esterilla. 
Es que ahora ya no nos tocamos con las manos ni nos besamos con los labios. Ya no hacemos el amor con nuestros cuerpos, no nos lamemos con las lenguas, no nos abrazamos con los brazos ni las piernas.
Hace un tiempo que tomamos distancia. No habremos funcionado. Pero de vez en cuando nos cruzamos y al acercarnos se despliega el abanico de chances que unen a los enamorados. Solemos coincidir cuando reimos, cuando aplaudimos, cuando callamos.
Ya no somos nada. Y quién nos quita el título de “todo“ en nuestra íntima y privada conexión mental?
 
     
pupilas de gato
respiración acertada
esperando el contacto
y no somos nada

olor a menta
y dulce vainilla
cayendo en la cuenta
haciendome cosquillas

En el país de los gigantes...

Dice que se está poniendo vieja. Y él la escucha y se ríe porque piensa que si hay algo que se está poniendo es hermosa. Helena habla sin parar. Hoy es uno de esos días en los que necesita de Lucas más que nunca. Él la respeta tanto que no la contradice. Ella lo quiere un montón. Aunque nunca logren consensuar entre la pasión y el amor que derrite a Lucas y la desesperación y el afecto que atan a Helena. Aunque no logren un pacto, ellos tienen sus promesas en vano y su ritual del domingo a la tarde.
Lucas viaja en el tiempo, pierde su fecha de nacimiento, se vuelve hombre. Helena pasea en camiseta y medias jugando a no ser grande, jugando a saber jugar. Pero Lucas sabe que ella juega con sus sentimientos y que ella siempre hace trampa. 
Entonces Helena habla hasta que se le agotan las palabras, se desprende de sus temores, de las locuras, de los problemas. Él la escucha, paciente, cauteloso. La abraza. Ella se deja. Y así los besos y caricias los desnudan; la pasión, la furia los arrastran, los cabalgan, los penetran.
Pero el ritual nunca termina con ellos durmiendo abrazados. Helena suele temer quedarse enredada entre las sábanas. Lucas acostumbra rogarle a Dios que ella se quede ahí, atrapada en su abrazo.
Por eso Helena corre; ya no juega, escapa. Y se viste, otra vez en mujer y ya no niña. Lucas recupera su identidad, su edad y su lugar. Ella lo trata como a un alumno. Le explica, lo conduce y corrige.
Lucas se avergüenza de lo que no eligió: el año en que nació. Quisiera ser grande. Serio. Correcto. El hombre correcto para Helena.
Helena quisiera abandonarse al infantil Lucas, ser niña para siempre. Sin embargo se recompone cada domingo para regresar a su mundo cargado de problemas y cosas de adultos. Allí donde Lucas no tiene y nunca tendrá lugar.

05 julio 2009

La creaba, la corregía...

Yo la quería. La deseaba, la amaba. La necesitaba.
Cada vez que la veía, la admiraba. 
Cuando la oía, realmente la escuchaba. 
Cuando se acercaba, la olía. 
Cuando no la veía, la intuía. 
Si desaparecía, la extrañaba. 
Si se reía, la acompañaba. 
Cuando no, la imaginaba.
Por las mañanas la esperaba. 
Y por las noches, la soñaba. 
Los lunes la perdía, los sábados la llamaba. 
Los domingos la encontraba. 
A veces la consentía y otras la contrariaba. 
Muchas veces la comprendía y unas pocas la indagaba.
Cuando podía, la recorría. Cuando quería, la apretujaba. 
Ciertas veces, accedía. Otras, se violentaba.
Y si dormía o descansaba, yo la protegía y la observaba. 
Y si se despertaba o se destapaba, yo la arropaba y la acunaba.
Ella venía y yo la esperaba. Si ella corría, yo la acompañaba. 
Y si frenaba, yo la empujaba. 
Si se caía, la levantaba. 
Cuando lloraba, yo me moría. O si moría, yo la lloraba.
Yo la quería y la deseaba. La amaba y la necesitaba. 
Ella ahí estaba, no la tenía. No era mía, la inventaba.