[todo lo que tengo se lo he pedido prestado a mi imaginación]


27 febrero 2016

Después de vos, 
me compré un diario
y escribí, escribí
sobre vos, sobre no-vos.
Fuiste la medida
de lo que sucedía y lo que
jamás sucedería.
Después de vos,
escribí tanto en ese diario
que fuiste el diario,
la tinta, la sangre misma
en mis venas.
Después de vos,
después de escribir sobre vos,
las hojas no alcanzaron.
Además, se secaron
y empezaron a caerse.
Todo lo que dije
lo que escribí en ese diario
se me voló
como se volaron los meses
y pasó otro invierno,
otra primavera
y llegando al fin de otro verano
ya no me quedan hojas
ni palabras...
Espero que no se me acabe
nunca, jamás
la tinta, la sangre.
Lo que no pasa de moda entre mis cosas
es que vos seas la medida de lo que no sucederá.

09 febrero 2016

zona de confort

Decía que se iba, que todo estaba terminado. Me miraba, desafiante, esperando una reacción. Después me daba la espalda y se retiraba del cuarto dejándome sola.
Entonces yo salía furiosa, asustada, prendida fuego. Corría atrás suyo puteando, a veces tirando lo que tuviese en la mano. Ni una de todas las miles de veces que tiré logré pegarle. Jamás se daba vuelta.
Se sentaba en el living y prendía la televisión, era su manera de mostrarme que ya nada importaba tres carajos. Subía el volumen y yo subía el mío. Subía el calor en ese infierno.
Yo lloraba. Me cansaba un rato, me iba a bañar. Siempre creía que la ducha me sacaría de encima el miedo, el pánico que me inundaba sabiendo que llegaba el fin. Fin al que habíamos llegado hacía años. El fin era nuestra zona de confort.
Salía de la ducha mansa, con los ojos hinchados y dolor en las palmas de las manos de tanto apretar los puños. Me vestía y al salir volvía a sentir la furia corriéndome cerca. La televisión, la indiferencia, el bolso a medio hacer.
Me voy, decía. Y yo, que sabía que había esperado 45 minutos para decir de nuevo eso en lugar de irse, respondía que sí, andate bien a la puta que te parió. Y no, que no.
No te vayas. Sin vos no voy a poder. Sin vos me voy a morir. Y el aire me faltaba al imaginarme sola, durmiendo sola en los cuatro metros cuadrados de cama, sentada sola comiendo una pizza. Sola sin tener a quién odiar. Me sentía asustada, chiquita.
Si te vas no voy a poder... me voy a morir. Si te vas me voy a tirar abajo de un tren.
Entonces me abrazaba. Él perdía el miedo a irse sin que nadie lo corra, yo perdía el miedo a que se vaya sin avisar. Nos tirábamos en la cama enorme, abrazados. Y descansábamos dos o tres días, juntábamos fuerzas para volver a empezar.