Saco, al azar, un pie de la cama y como sólo tengo dos hay muchas chances de empezar con el equivocado. Y eso puedo sentenciarlo cuando vuelva, horas y horas después, a la misma cama para cerrar la ceremonia diaria de la rutina de vivir.
Arrastro, pateo, arrastro y como un fantasma hecho de frazadas y vapor denso pienso en café. No hay. Cuánta furia podría caber en un cuerpo tomado por las hormonas que juegan a las caras más oscuras de la luna?
Y atacando descalza, con los pies helados, la puerta del bajomesada replanteo el desayuno. Mate.
Pongo la pava que hierve antes de siquiera contener agua. Y lavo el mate y la bombilla mientras me quemo los dedos por no haber bajado el calefón. Para qué puteo? Nadie me escucha! Hoy no hay Úrsula que alcance.
Busco litio. Digo, en el litio. Trago con agua fría desde una botellita de las épocas de gimnasio. Cuando compartía momentos ajenos, en lugares ajenos, con un hombre que no era mío. Me trago, comprimido, el recuerdo que justifica mucho tiempo perdido que hemos vivido sin protestar.
Abro la ducha, pienso en el agua. No, en la de la pava que está por estallar. Corro desnuda, apago el fuego. Otros fuegos me calman el sentimiento y mando un mensaje de texto para avisar que todavía cantamos. 1...2... holaaaaa
Muchas “a“ indican voluntad y ansiedad, necesidad de respuesta y ganas.
Un chapuzón, de parado; baño completo, aspirado y encerado. Faltó el lavado de motor.
En tanga está fresco. En medias también.
Volviendo al desayuno. Agua al termo, mate en mano busco yerba. Y por acá tampoco. No hay.
En llanto. Falta todavía para volver a la cama. Y ni el poder de sentenciar que es un día de mierda.
Ojalá me equivoque y te encuentre a la hora de la siesta para borrar con tus manos el rastro de mis muñecas aburridas y dolidas, para sacarme del pelo la maraña de ideas raras que me nublaron el sábado.