Imagino conocerte, parecida y diferente, y desespero...
Y luego escucho, veo noticias y lamentos. Veo abandono y veo búsqueda; veo versiones e hipótesis.
Imagino dolores ajenos, infinitos e imposibles, y lloro...
Y no duermo, sólo pienso. Veo fantasmas de mujeres que no pueden; veo heridas que no cierran nunca más.
Imagino repartir estos temores, dividirlos o multiplicarlos, y no puedo...
Y no quiero, o no sé cómo, o: no quiero.
Veo pañuelos, banderas y velas. Veo plazas, marchas y noticias. Veo encuentro y desencuentro, nada más.
Quedate ahí, acá... conmigo. Quédense así, no entiendan nada.
Y, como trilladas palabras de mi abuela, "entenderán sólo cuando los tengan"
que los hijos duelen tanto
que llorar por los ajenos
es lo mínimo hacemos
por respeto, por instinto y por temor.