Se pasa la mano por el brazo, bajando desde el hombro y volviendo a subir al llegar al codo, suave, acariciando sus miles de lunares. Me habla, a la vez que se acaricia con dos dedos el brazo, con labios colorados de boca carnosa y carmín.
Dice que no y que no. Cada tanto dice que sí, reafirmando que no.
Cuando su mano frena muy de vez en cuando sobre su hombro, aprieta y amasa su piel y la otra mano despeja la frente en un gesto acalorado. Apoya el mentón y completa así la idea del cansancio. Y me mira. Sin nada de vergüenza me mira a los ojos y cuando se queda pensativa, baja la vista y veo unas infinitas pestañas intensamente negras que brillan en las puntas.
No está casualmente hermosa. Esto estuvo, evidentemente, premeditado. Ese pelo que se retuerce detrás de las orejas, las cejas enmarcando párpados felinos en tonos café, uñas prolijas que hacen juego con el bretel que se trasluce. Me encandila.
Habla, con su aliento a gaseosa de limón y, aunque insiste en negarse, ha comenzado a sonarse los nudillos y todos los no salen de una boca que ya no veo. Una boca que deja rastros, restos, de manteca de cacao sobre la mano y ella, al darse cuenta, exagera el gesto y esa boca se estira de costado en un sugestivo y sensual cuadro por cuadro. Su boca, mantecosa, y su mano se dan un beso apasionado mientras dice que no.
No está casualmente hermosa. Esto estuvo, evidentemente, premeditado. Ese pelo que se retuerce detrás de las orejas, las cejas enmarcando párpados felinos en tonos café, uñas prolijas que hacen juego con el bretel que se trasluce. Me encandila.
Habla, con su aliento a gaseosa de limón y, aunque insiste en negarse, ha comenzado a sonarse los nudillos y todos los no salen de una boca que ya no veo. Una boca que deja rastros, restos, de manteca de cacao sobre la mano y ella, al darse cuenta, exagera el gesto y esa boca se estira de costado en un sugestivo y sensual cuadro por cuadro. Su boca, mantecosa, y su mano se dan un beso apasionado mientras dice que no.
Estamos enfrentados en una mesa rectangular. Entonces estira las manos hacia mi, sin el propósito de acercarlas sino para estirarse y eleva las palmas, arquea las muñecas y muestra las venas al cielo. Da un aplauso veloz que finaliza ese gesto y, sin mirarme, el dedo índice estirado y en cámara lenta se arrastra por la cara interna del antebrazo. Dibuja una línea con ese dedo, sobre su blancura, y se le va poniendo la piel de gallina mientras susurra: - bueno, no sé...
Quedo pasmado. Ese dedo, esa piel, esa puerta que acaba de entreabrirse, me generan un cosquilleo raro en el paladar. Como ganas de besarla; algo parecido a querer oler a limón como su lengua.
Vuelve a mirarme, pero ahora es brevísimo ese gesto, y se cruza de brazos. Agacha la cabeza y la descansa sobre la mesa, entre sus brazos recién cruzados. Su cabello retorcido, los bucles, las ondas, el perfume al shampoo, se desparraman tan cerca mío que siento demasiada saliva en la boca, trago y toso. Ella suspira y yo no aguanto más. No reprimo.
Me acerco y le beso el pelo cerca de una oreja y la escucho mientras respiro toda su respiración.
Quiero correrle el pelo de la mejilla, pues se apoya de costado, para besarle un pómulo y mi boca se revela y beso cabello y pómulo y siento el sabor de una lágrima y rimel, y los secretos, desnudos, de su padecer.
Me acerco y le beso el pelo cerca de una oreja y la escucho mientras respiro toda su respiración.
Quiero correrle el pelo de la mejilla, pues se apoya de costado, para besarle un pómulo y mi boca se revela y beso cabello y pómulo y siento el sabor de una lágrima y rimel, y los secretos, desnudos, de su padecer.
1 comentario:
Tan buena imagen, que casi quise tener gusto a limón en mi boca.
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