Esa necesidad de apoyar todo lo mío sobre un otro.
Mis ideas, sobre tus realidades. Mis tetas, sobre tu espalda. Mis manos, sobre las tuyas. Mi hogar, sobre tus pantalones. Mi inseguridad sobre tus certezas. Mi fracaso sobre tus no rotundos.
Mi nuevo rumbo se apoya sobre tu puerta y sale volando cuando vos me dejás parada, muerta de frío, ahí.
Vuelo. Vuelo-vuelo-vuelo y volé aunque era de noche y no tan tarde.
Despisto. Lleno mi vida de puntos de apoyo para poder avanzar y, siempre que un punto flaquea, vuelvo a vos.
Pero vos no estás, la puerta sigue cerrada y aunque me saludes, sonrías y todo aparente estar -de a poco- volviendo a la normalidad, no estás.
Mi nuevo rumbo es desconocido. Se impulsa en tu puerta, en una esquina, en un no firme y absoluto, pero es tan incierto el lugar hacia dónde me va a llevar que me hace un nudo en la cabeza y un moño en el estómago.
Mis pies sobre tus piernas. Mi libro sobre tu mesa de luz. Mis labios sobre tu frente.
Y yo queriendo aprender a pararme, finalmente, en dos patas.
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