Yo estaba tendiendo la ropa de cama recién lavada, en el fondo, al rayo del sol del mediodía y en ojotas. Maldecía en chino mandarín por ser la única dedicada a estas tareas. Juraba por Dios y la Patria que iba a encontrar la oportunidad de encajarle a otro el mando del laverrap doméstico. Escupía baja espuma por las orejas, en trance bajo los influjos del cloro y los excesos de suavizante, abrochando mi desgano a la soga con broches de madera corroídos por la intemperie diaria.
Pensaba en morirme antes que eternizarme como lavandera. Deseaba intensamente algo que centrifugara mi destino cuando sentí el frío correrme por la espalda y las chicharras enmudecieron al unísono. La luz se intensificó hasta convertirse en un enorme blanco todo mi alrededor.
Perdí el equilibrio, se desparramaron sobre el pasto los 20 broches que no había utilizado aún y comprendí sin más que la liberación estaba siéndome revelada.
Una bala perdida manchaba con mi sangre las sábanas que ya otro iba a tener que volver a lavar.
Pensaba en morirme antes que eternizarme como lavandera. Deseaba intensamente algo que centrifugara mi destino cuando sentí el frío correrme por la espalda y las chicharras enmudecieron al unísono. La luz se intensificó hasta convertirse en un enorme blanco todo mi alrededor.
Perdí el equilibrio, se desparramaron sobre el pasto los 20 broches que no había utilizado aún y comprendí sin más que la liberación estaba siéndome revelada.
Una bala perdida manchaba con mi sangre las sábanas que ya otro iba a tener que volver a lavar.