Me gusta Buenos Aires. La extraño.
En noches como hoy, Buenos Aires me da un respiro. Me alberga. Sus veredas me abrazan y camino, como quien se levanta de madrugada al baño sin encender la luz, en penumbras y con la vista nublada. No me choco con nada, con nadie. No hace falta recordar el camino, el camino me recuerda a mi.
Buenos Aires me esquiva, si hace falta. No me mira, no me toca. Su aire es libre. Acá todos respiran; acá, puedo asfixiarme en soledad. Un asfalto recalentado sube por mis piernas y me acaricia mientras aprieta mi cuello.
Buenos Aires me esquiva, si hace falta. No me mira, no me toca. Su aire es libre. Acá todos respiran; acá, puedo asfixiarme en soledad. Un asfalto recalentado sube por mis piernas y me acaricia mientras aprieta mi cuello.
Buenos Aires no me ignora; no me calla Buenos Aires. Y me observa, el obelisco, si estoy triste y quiero contarle algo mientras lagrimeo.
Buenos Aires me da luces para los días oscuros. No hay sombras, si no quiero, acá. Aunque hay veces en que, la distancia que le puse a mi ciudad se hace eterna y temo de umbrales y cartones. Me pongo paranoica y sufro de fobias. Y los semáforos son más rojos, o más verdes. Y entonces, Buenos Aires, me estimula.
Buenos Aires me da luces para los días oscuros. No hay sombras, si no quiero, acá. Aunque hay veces en que, la distancia que le puse a mi ciudad se hace eterna y temo de umbrales y cartones. Me pongo paranoica y sufro de fobias. Y los semáforos son más rojos, o más verdes. Y entonces, Buenos Aires, me estimula.
Extraño Buenos Aires; inconscientemente vuelvo a tropezar sobre las mismas baldosas. Me gusta.
Buenos Aires no mezquina un vaso, no me corre el vino. Buenos Aires no me prohibe depresiones, o melancolías.
Buenos Aires me acompaña si hace falta. Me espera.
Buenos Aires me acompaña si hace falta. Me espera.
Buenos Aires no se va. No se queda. No se cansa nunca de mi.