[todo lo que tengo se lo he pedido prestado a mi imaginación]


10 enero 2009

mechones

Sol. Maldición, fuente de luz e hipocresía.
Amanece sobre los grises de mi cuadra. Veo por sobre las frazadas calidez de invierno crudo. Calidez de puertas adentro. Crudeza de asfaltos y noches enteras, eternas, de plazas y parques.
Sol, crudeza y calidez.
Amordazada por el viento. Atada a lejanas sensaciones de amargura. Segura de lo incompleto de lo cotidiano, de lo imperfecto de lo racional. Sostenida por la niebla del inconsciente. Atormentada por los oscuros recuerdos de su presencia. Destemplada cuando te invoco, cuando te alejo, cuando te traigo otra vez. Desnuda, vulnerable e inofensiva. Impenetrable, arisca y feroz cuando se acerca.
Años de soles de domingo. Años de reprimir escalofríos.
Mi querido amigo, si tan solo pudieras, si supieras que tus ironías me llenan de esperanzas.
Triste y desesperada, otrora frágil, te espero sentada en un cordón de alguna vereda del barrio. Sabes cuanto te necesito y eso parece asustarte. Pero yo más que tu siento el vacío alrededor nuestro, las ganas de vencer las imposiciones.
No hace tanto frío, no hoy.
Hace ya unos días de su partida y aun respiro su humedad. Sé que no va a dejar de llamarme, pero al menos lograré contenerme las lagrimas para no mostrarle al espejo cuan lastimado tengo el pecho.
Hoy el sol no me disgusta tanto como ayer. Y, aun cuando el reflejo que me ciega me lleva a lo más oculto de mis días, puedo resistirme de matarte y dejarte jugar con mis mechones de soledad. Puedo dejarme acariciar el lomo, cual gato inquieto, mientras no descanso y sólo pienso en lastimarme, o lastimarte, o pulir las asperezas de mi lengua, o de la tuya.
Mientras te dejo jugar con mis mechones de melancolía. Mientras me olvido por un rato de todo lo que nunca voy a olvidar.

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