[todo lo que tengo se lo he pedido prestado a mi imaginación]


20 junio 2009

magia-veneno


El nudo de angustia me asfixia, me agarra del cuello el dolor y no me deja respirar. No hay muchos otros caminos. La liberación, propia y ajena, se ubica en un único espacio: el humano momento de la muerte. Me duele querer morirme, sobre todo porque no quiero morir. Yo quiero dejar de sufrir. Quiero dejar de llorar, de pensar en la muerte, en la sangre, en los accidentes, en el olor a podrido que se me queda pegado en los pulmones. Quiero dejar de pensar que lastimo y que a la que más lastimo es a mi. Mi cabeza no para un segundo. Pienso, reviso, pienso. Pero son pensamientos falseados y corruptos producto de una mente enferma. Entonces la razón está perdida y sólo hay ruido y humo en mi cabeza. Y quiero parar de pensar, quiero parar de quemarme con el frío. No se puede. No hay salida. Hay una única puerta, cerrada con  llave.

No sabemos cómo ayudarla. Parece peligroso lo que le pasa. Duerme mucho y aún cuando no esté durmiendo, está tapada hasta el cuello llorando. No sabe ya cómo comunicarse con nosotros, ni con su hija, ni con ella misma. Suponemos que está colaborando para salir, pero está tan en el fondo que probablemente ya no salga. Y está del otro lado de la razón. Está muda y sorda, haciendo gestos muy concretos. Necesitamos creer que esto también va a pasar. Pero ella no tiene fe. Pareciera despedirse con su actitud. Por favor, haga algo.

Claro. Lo que hay que hacer es claro. Entonces me pongo el pantalón del pijama y con una bolsa disimulo lo que llevo al baño. LLevo la botella de jugo. LLevo filos. LLevo pastillas. Muchas. Casi doscientas. Me siento paciente en el piso que el inminente invierno enfría. El impulso, la patada inicial cuesta y genera taquicardia. Si paso el primer montón ya estaré del otro lado. Abro las cajas, junto pastillas de a puñados y trago con esfuerzo empujando con levité de manzana. Hago una gran arcada. Vomitar sería la peor torpeza. Una gran idea me invade en este momento crucial y abro la canilla para llenar la bañera. Vuelvo a sentarme y trago hasta llegar alrededor de los ciento cincuenta y variados psicofármacos. Entonces me siento muy cansada, destrabo los filos de las maquinitas y con la derecha, me tajeo histéricamente la izquierda. Pero la histeria no alcanza porque las benzodiazepinas ya están en la sangre y todo me pesa. Me pesa tanto como la vida. Me pesa tanto que con la mano arañada en mil pedazos me saco el pantalón y me suelto el pelo. Y me sumerjo en el agua tibia, cual bautista. Entonces todo lo que pesaba empieza a flotar, se me escapa de la mente. Me estoy olvidando de cómo me llamo, dónde vivo, qué estoy haciendo...

No, no! Por Dios! Si yo sabía que no estaba bien!! -Despertate!! Hoy viene la nena! Despertate!  Qué le voy a decir??? Por Dios, Jimena, Despertate. No me hagas esto!! Por el amor de lo que sea que en este momento me salve, no quiero enterarme de nada más si esto no es una broma. No reacciona, la estoy golpeando y no reacciona. En una nebulosa me veo a los gritos, en la esquina, las puertas de mi casa abiertas de par en par, el policia me hace gestos que acompañan palabras que no escucho y por eso no voy a recordar jamás. Cuando entré estaba casi ahogada, desmayada o muerta, no lo sé, con la cabeza hundida en el agua que amenazaba con desbordar el baño. Y al sacar el tapón la rejilla no soportó. Entonces el agua llegó hasta el comedor donde el perro aullaba por mis gritos chapoteando en el parquet. Hice varios llamados, no sé a quién. Supongo que se entendió que era una urgencia pues todos finalmente aparecieron. La policia no me dejaba tocarla, no la tocaba, no la devolvían a mi lado y ella, en un desesperado intento, caprichosa se enfriaba. Vino la ambulancia, la sacaron, me llevaron. Lo que siguió me lo han contado.

Entró en paro. Hay que revivirla.
Ahora va a quedar en coma un par de días.



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