Ella soñó, siempre. Mucho.
Nunca jugaba a las princesas, siempre a las estrellas de rock. A la heroína. También a la merca, al faso, a las pastillas. De adolescente armaba su imagen con pulcritud para parecer desprolija.
No le gustaba pensar que la pensaban virginal e inocente. Siempre hablaba de un mundo que, sin conocer, sentía propio.
Ella quería ser la estrofa de Joaquín que la hamacara entre la cirrosis y la sobredosis. Ella soñaba con bocas llenas de espuma, con labios violeta asfixiantes, con dedos morados, convulsiones y psicosis.
Ella jugaba al reviente. A mucho coeficiente difícil de digerir, a infancia traumática y determinante.
Mientras ella crecía, sentía también crecer en su interior al personaje problemático de la fama del desastre. Sentía, con el paso de los años, que ese personaje de MTV se la comía. Se la comía como ella se comía las uñas de los dedos gordos. Sólo para aparentar pero compulsivamente, sin control.
Ella, siempre, mucho soñó.
Nunca pensó querer dejar de jugar a la princesa de Sabina, nunca se imaginó con la nariz hundida entre merca y quetamina. Jamás creyó ir más allá de su adolescencia.
En qué horroroso momento el personaje mató a la pulcra y conflictiva nena? Cuándo su infancia confirmó el trauma y determinó el reviente?
Ahora, cortando, picando, armando, jalando, pinchando, sangrando, salando, barriendo, tomando, fumando... le sale espuma por la boca. Tiene puesta la corona de princesa y por algún lugar quedaron tirados los tacos con plumas. Juega a Kurt, a Shanon, a MTV. Le sangran los dedos gordos, hoy ya sin uñas. Le sangran los sueños, hoy pesadillas.
Pobre canción, compulsiva estrofa de la profecía autocumplida. Pobre Virginia, que es más virgen de lo que quisiera, que se parece tanto más a Rapuznel que a un Rolling Stone. Triste nena harapienta quedándose sin pulso, dejando de latir del lado oscuro de la luna.