Adiós carnaval.
Me doy vuelta para mirarte, aunque sospecho que no hace falta. De verdad pasan los años y sos cada día más hermosa. O no, pero tenés ese no sé qué que te hace tan vos, tan mía; tan así te recuerdo que no hace falta mirar para saber qué voy a verte. Será por eso que la primer impresión no cuenta y me aturde, mucho más que la imagen, tu voz que quiebra el espacio y, punzante, me cachetea con pasado. Estás hablando y todos mis sensores suenan, se activan, me avisan que llegaste. Par de años sin oírte, sin mirarte, sin olerte, y acá estás. Llena de todo lo tuyo, todo lo que me quedó grabado en la nostálgia.
Hay un perfume que no quiere dejarme abrir los ojos y tu áspera carcajada que me apretuja la sien.
Buena suerte.
Era elegir o mentir. Era crecer o morir. Ahora que te siento, lejana pero dentro mío, recuerdo cómo dejé pasar las horas confusas y te perdí. Cómo evité retener cómo no cerré puertas.
Mientras decías que te ibas, siempre pensé Hasta luego, nuevo amor. Y nunca, pero nunca, dije que no.
Mas te escucho, como siempre que te escucho, y me retumban los aplausos del final.
Sapo de otro pozo.
Ojalá, hace frío cuando dicen que estás hermosa. Hay escarcha en cada noticia acompañada de tu nombre.
Pero resulta que me emborracho y siempre regreso a tus recuerdos. Ojalá entendiera mejor que no vas a volver. Ojalá pudiera no esperarte. Ojalá te fueras atrás de otro y no volvieses; ojalá eso doliese lo suficiente como para no querer perdonarte.
Pero estoy viejo para crecer... y vuelvo a ningún lado. Linda, hermosa, deliciosa; te sueño conmigo cada mañana mientras camino por la puerta de la Catedral.