Y te me apareciste. Guacho, compadrito, corajudo, ancho. Con el pelo negro y los ojos melancólicos y grandes, como los más románticos del más puro romanticismo.
Y sonreías, como antaño me habrías prometido. Como otros tantos me prometieran. Como ya otros me habían sonreído en sueños. Los dientes brillaban; tanto que tuve que entornar los párpados, entrecerrar las pestañas, para poder mirarlos y ver que eran más grandes que nunca.
Y caminabas a los saltos, trotabas. Desfilabas, parecía. Sacudiendo el pelo, sonriendo. Mirándome a los ojos. Prometiéndome cosas telekinéticamente y dándome excusas por adelantado.
Y sonreías. Las promesas y excusas me latían en la mente mientras el brillo de tus enormes dientes me acuchillaba las retinas.
Me dieron ganas de llorar de bronca, típico. Pero los lagrimales también me dolían a causa del reflejo.
Entonces relinchaste y me acordé. Te volví a poner el celofán con cuidado y el moño.
Mañana cuando despierte, salgo a la calle y te dejo en la puerta de alguna otra...
1 comentario:
Excelente. Sinceramente, muy bueno.
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