[todo lo que tengo se lo he pedido prestado a mi imaginación]


01 febrero 2013

plumas secas


De un árbol cae una rama y, sobre la rama, un nido y un pichón. 
El pajarito chilla y salta; abre con torpeza las alas y no consigue aún volar. Grita, volando en círculos, mamá pájara y amenaza con picotearme la cabeza.
Busco un trapo para agarrar al pájaro y no dejarle mi olor. Lo acomodo sobre el nido y a éste sobre una rama nueva.
Mamá pájara revolotea en círculos, gritando más que antes, pero no se acerca al bebé. Los dejo en paz pues en un rato todo será como deba ser.

Me olvido de las aves y sueño con mariposas. Amanece; me hago mate. 
Salgo descalza a sentarme bajo la sombra del limonero y, al sentarme, recuerdo al pichón. Lo veo, quieto, sobre su nido y de su mamá ni noticias.

Al mediodía, desde la ventana y mientras preparo el almuerzo, veo al pichón caído y chillando dar dos saltos. Veo a Lara, cachorra muerde pichones, hincarle los colmillos. Mamá pájara grita mientras vuela pero no atina siquiera a acercarse.
El bebé queda, sin vida, sobre el pasto pues así quieto ya no tiene ningún sentido para mi perra, que vuelve a la sombra del limonero a dormir.
Mamá, 20 minutos después, baja hacia su pichón con una lombriz en el pico y lo mira. Sale volando y vuelve a bajar. Deja la lombriz y vuela. Baja otra vez.

Yo, cierro la ventana y no entiendo. Ni siquiera quiero volverlo a pensar.