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Personas. Vínculos.
Gente como paliativo.
Tocar cuerpos y dejarse tocar.
Sudar, fluir, gemir. Como pastillas, gente en dosis exuberantes para combatir
los dolores. Gente que no me deje pensar, para no pensarte. Gente que no me
deje dormir, para no soñarte.
Para no nombrarte, gente con
la que conversar sobre modas, religión, política. Para no sentir, personas que
enfríen el ambiente, así se me refresca el corazón.
Gente como sustituto, como
muleta. Gente para no renguearte así.
Mirar bocas que dicen cosas
que no importan demasiado mientras imagino las palabras que le pondría a la
tuya.
Gente. Personas.
Sin nombres. Sin caras. Sin
piel. Sin colores definidos. Sólo gente. Gente sola. Sola yo.
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Salgo, pegajosa, desde adentro
de un sueño que al mismo tiempo que intento recordar voy olvidando. Tomo
conciencia de una espantosa resaca y procuro no abrir los ojos. Un cuerpo
extraño se entrelaza al mío. Hay un brazo bajo mi cuello y una pierna me toca
un pie.
Con los ojos cerrados creo
desear que sólo sean partes sueltas. Sospecho se me antojan pedazos de un
maniquí, un maniquí caliente.
Ojalá pero no. Persona. Ser
viviente y sábanas.
El vaho me empaña la mirada
pero, acá estoy. Es mi casa o la del cuerpo? Es la mía. Es mi jean o es el del
cuerpo? Éste, es mío. Es lunes? Es domingo? No, es viernes. Hoy trabaja el
cuerpo? Yo trabajo. Cómo hacer para salir de acá?
El vaho, en realidad, me nubla
las ideas. Es la persona, paliativo, sólo un aplazo más. Es un día menos para
ocuparme de guardar cada cosa en su lugar. Fue una noche menos llena de horas
para pensar o sentir. Fuimos simples e instintivos cuerpos y, ahora, este
cuerpito se quiere ir.
En cambio, el cuerpo ajeno se
viste y desaparece dejándome a solas con mi dolor de cabeza y un par de
moretones vaya
uno a saber de qué.
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